Salir con la furgo hacia Cádiz sabiendo que, esta vez, estoy de vacaciones de verdad. Cantar Mar en el trigal como si fuera ganadora de La Voz. Bajar la ventanilla en contra de la recomendación de consumo de combustible. Hacerme un moño despeinado. Repetir la canción en bucle durante seis horas. Pisar el acelerador, confirmar que me gusta la calma. Y la velocidad. Llegar al destino con el sol de copiloto. Concentrarme para sentir su luz dorada en la piel. Y placer.
Llegar sin saber dónde voy a dormir. Encontrar una playa con furgonetas, coger sitio, saludar a los vecinos, bajar los asientos, hacerme la cama. Ayudar a dos niños a enterrarse en la arena, crear colas de sirenos. Agradecer no haber olvidado los tapones de los oídos. Despertar con la luz del alba y el mar tranquilo. Pasear descalza por la arena fría. Comer churros mientras los gaditanos se saludan a voces. Coger el ferry. Zambullirme en el kindle, leer un ensayo y una novela. Dibujar lo que ven mis ojos. Aprovechar las veintiocho horas de barco para hacerme mascarillas. Atracar en mi otra casa. Respirar el mar. Negociar con el viento. Rendirme ante su insistencia.
Volver a abrazar a Tao. Bañarnos juntos, un día tras otro. Empezar un diario con fotos. Escribir cada día. Volcar sentimientos que no sabía que habitaba. Reafirmarme en lo que sí. Y en lo que no. Mirar a los ojos, declarar mis intenciones. Volver al nido, admirar tal obra de arte. Más si cabe, gracias a la distancia. Darme una palmadita en la espalda. Qué salvaje. Qué elegante. Planchar las toallas con mimo. Saludar a las plantas, asombrarme con la selva que yo misma he regado. Estirar las sábanas, perfumarlas.
Visitar a Sandra, la de los masajes. Dejar que me lleve a la sexta dimensión con sus manos. Ver en mi tripa nuevos proyectos que ya intuía. Saber que no le debo nada a nadie. Ni siquiera la vida. Cenar en el italiano de María y pedirle la pizza de siempre. Una Lanzarote, por favor. Revolverme con mi percepción del tiempo, que pasa tan despacio y a la vez vuela. Encontrarme con Marrero, echarnos de menos. Penne negro con langostinos en Emmax, sin duda alguna. Kéfir casero de poste. Una y otra vez. Hasta que reviente si hace falta. Compartir visión, emprendimiento, acción. Trazar un plan para vernos, no más, pero mejor.
Merendar con mi otra familia. Hablar de tiempos pasados con Reme, escuchar con atención e intención. Imaginar lo que estamos perdiendo, comprometerme con lo que podemos ganar. Beber tres cervezas sin culpa ni vergüenza. Mirar la luna. Abrazar al Guachinche y prometerle un almuerzo de su famosa pata asada. Bueno, de la del cerdo. Que me recoja Ele, subir al ferry, osadas nosotras, mientras el mar ruge envalentonado. Llegar a la vez que Noe. Pisar tierra en La Graciosa, que se abra el cielo y nos envuelva el azul soleado. Que se pare el viento. Así, de repente. Como en la vida.
Navegar en velero, fondear en El Francés, saltar, gritar, jugar como ellos. Dejar que la arena conquiste cada pliegue del cuerpo. Todos juntos, como una gran familia. Anclar el contacto con la humanidad, pedir a cada célula que guarde la sensación lo más profundo que pueda. Para volver a ella. Dormir mecida por la marea. Abrir los ojos con la luz que se cuela en el camarote. Beber vino con Diana, ponernos al día y a la noche. Reencontrarme con la mejor tortilla de la isla. Lamer zamburiñas. Sentarnos en nuestra cueva de Jablillo, mirar la luna llena. Disertar sobre la vida, la muerte, el odio, el amor. Mirar al pasado, abrumarme con el camino recorrido, contrastar el presente, aplaudir cada paso. Confirmar la hipótesis: buscar hasta conocerte le da sentido a esta movida llamada vida.
Hacer la maleta y sentir dolor en el corazón. Qué regalo. Qué alegría sentir tristeza. Contemplar el cielo estrellado en la noche cerrada, guiñarle el ojo y sonreír llorando. Hace dos años le pedí un gran amor y, tan generoso él, me ha dado unos cuantos. Me faltan dedos de las manos. Despegar llena de ilusión por lo que viene. Cerrar los ojos y oler mi mes favorito. El verde. El centro. Las posibilidades. La expansión. La amplitud. Más familia, por todas partes.
Aterrizar con la misma sensación que siempre: qué afortunada soy.
Empezar.
Ana.
P.D. Si os apetece escribir aquí sobre vuestro mes de descanso y disfrute, nos leemos. Los comentarios son vuestros.
¿Preparadas para septiembre?
Me parece PRECIOSO que, precisamente hoy que compartes tu disfrute, tu descanso... haya aparecido por aquí tras muuuucho tiempo desaparecida❤️.
Qué bonito leerte, Ana. Qué bonito alegrarme al imaginarte 🥳.
Yo he aprendido cositas brutales este verano, de esas que llegan para quedarse.
Os comparto el TOP 3😊:
1. La felicidad no depende de NADA que esté ubicado más allá de tu epidermis.
Me he pasado gran parte del mes de agosto en la habitación 411 de un hospital cuidando a papá ❤️. Llegó flojito. Muy flojito. Lo que yo llamo "código rojo"😬. Ha sido inexplicable todo lo que hemos vivido juntos: cuidar a alguien que admiras y quieres a rabiar (y no, precisamente, en ese orden) es de lo más de lo más. Agradecer el regalo de tener vacaciones para ESTAR allí sin dar explicaciones a nadie. Descubrir un día cualquiera que SER FELIZ es una DECISIÓN😉.
2. Robert Walldigner tenía razón. Lo sé. Lo he aprendido por empirismo puro: el factor principal que impacta en nuestra FELICIDAD es la "calidad del vínculo que creas con las criaturas"💕.
No son los cacahuetes que tienes en el banco, ni la concentración de colesterol en sangre, ni si tienes churumbeles para formar un equipo de fútbol. No. Cuán bonitas, honestas, auténticas son las tus relaciones... apunta directamente a la línea de flotación de la "plenitud".
Estando en el hospital acabé ebria de agradecer cuán bonita es la tropa que está en mi V.I.D.A❤️. Todo lo demás, lo sentía "de más".
3. La AMABILIDAD es revolucionaria🙌🏼.
A los cuatro días de tener al papá en casa, hospitalizaron a mi hermano pequeño (con el que sólo me llevo 11 meses). Fue una hospitalización involuntaria. Las criaturas que intervinieron intentaron por todos los medios que no fuera así, pero él no colaboró. Sencillamente, no tiene conciencia de enfermedad. Al no saberse enfermo, la llegada al hospital no se produce de una forma AMABLE.
El ser testigo del "despliegue" no te deja igual. Descubres cuán importante es la AMABILIDAD, en todas sus aristas. Y cuán difícil es la V.I.D.A cuando prescindimos de ella, sea por causas ajenas a nuestra voluntad (como sucede en el caso de enfermedad mental), o lo que es más grave: por elección.
Sí, ser AMBLE es revolucionario y HE DECIDIDO formar parte de esa REVOLUCIÓN 😊.
Un abrazo enooorme, Salvajes!!!!💓✨💫
Yo es que no he hecho prácticamente nada. Solo salir a la terraza frente al mar inmenso que es mi lugar en el mundo y respirar. Y eso me ha llevado a diluir problemas grandes. Y eso me ha llevado a recuperar piel y risas. Y eso me ha llevado a crear pausada. Poco más.