Tumbarte en mitad del campo
Sin pensarlo demasiado. Sin mirar la hora o darte la vuelta para ver si viene alguien. Sin vergüenza. Libre. Con los brazos y piernas en cruz para decirle a tu cuerpo que puede relajarse y absorber la verdad de la tierra. Sin preocuparte porque se te va a manchar la ropa o vas a volver con el pelo sucio. Ambos se pueden lavar.
El permiso para disfrutar es lo único que puedes perder.
Y día que pasa, día que no recuperas.
Cruzar España conduciendo
De norte a sur.
Desde La Rioja hasta Granada.
Empezar en las verdes y frías praderas, atravesar la tormenta de nieve del puerto de Soria, cruzar, como Don Quijote, la meseta manchega, encontrarme por sorpresa con un campo de amapolas, parar en medio de la nada para comerme un bocadillo y estirar las piernas, beber agua de un río, cantar La raíz de Valeria Castro al atardecer, rodeada ya por miles de olivos, llegar a un cortijo perdido en La Alpujarra. Dejarme asombrar por la variedad de colores y paisajes que forman un solo país.
A mi lado, mi hermana. A mi espalda Sierra Nevada. Frente a mí, el cielo y un trocito de mar. Pensar en la tonta y humana manía de creer que lo mejor siempre está fuera y por llegar.
Cuando lo mejor está en todas partes si te paras a observarlo.
Cuando lo mejor, ya está aquí.
Bañarte desnuda en el mar helado
Es el día del padre. Mi hermana y yo lo pasamos juntas después de nueve meses sin vernos. Me lleva a la playa nudista de Cantarriján. Bajamos con la perra y la furgo a primera hora, esperando encontrarla vacía. Así es. Solo hay un caballero leyendo un libro en su silla naranja de playa, de cara al sol de primavera.
Dejamos la toalla en la arena y me desnudo completamente sin pensármelo demasiado, con algo de vergüenza por los barrenderos que hay al fondo. Su vestimenta amarilla fluorescente contrasta con mi piel pálida y me siento en desigualdad de condiciones. Me centro en mí y dejo de mirarlos.
El agua está serena y transparente. Acostumbrada al eterno verano canario, doy por hecho que el Mediterráneo va a estar templado y entro valiente. Joder. Está helado. Mi hermana se ríe ante mi grito. Ana, estamos saliendo del invierno, aún hace frío.
Me da igual. No voy a perder está oportunidad. Cojo carrerilla y entro de cabeza, buceando unos metros. Al final tendrán razón los que dicen que todo está en la mente. Salgo sin prisa y me cubro con la toalla, que por oposición se siente cálida. Me tumbo desnuda al sol, la sensación me provoca un gemido de placer. Mi cuerpo, con los sentidos abiertos, se relaja fundiéndose en la arena. Mi ritmo circadiano también necesita y agradece los contrastes.
Comemos croquetas en el chiringuito junto a algunos extranjeros. Son las doce. Recordamos anécdotas de la infancia, buenas y malas, sin juicio y con la perspectiva que da la terapia. Echo de menos una conversación con él.
La gente se muere, Laura.
Esto es la vida. Esto es ahora.
Encender la chimenea de leña
Recoger la leña tú misma. Seleccionar las ramitas más finas para ponerlas debajo. Ayudarte con algún trozo de cartón para que prendan más rápido. Colocarlas en forma de nido, dejando un hueco en el centro, e ir rodeándolo con cortezas y ramas de diferente grosor, intentando concentrarlas para que el fuego no se disperse y se apague.
Incluso el fuego necesita foco para no apagarse.
Me recuerda a mi infancia. Soy valenciana, he construido mil hogueras en la calle. Mi hermana, que es la maestra chimenera, me deja hacer mientras la perra nos observa tan atenta como siempre. Prende perfectamente. Me siento afortunada por mis capacidades y orgullosa de hacer algo con ellas. Nos quedamos en silencio, obnubiladas por las llamas. Abro el ordenador para rematar los tres relatos eróticos que estoy escribiendo, cierro los ojos y agradezco vivir haciendo lo que amo. El crepitar del fuego es el acompañante perfecto. Mi círculo íntimo es aquel con el que puedo estar en silencio.
Antes de irnos a la cama comentamos el día. Ambas coincidimos en la idea de que la vida es más fácil cuanto más la simplificas.
Preparar un café sagrado
A mi vuelta visito a un amiga que vive en Granada, me quedo a dormir en su casa para probar su café especial por la mañana. Me gusta rodearme de personas capaces de convertir lo cotidiano en un ritual sagrado.
Saca el paquete de café en grano y lo huele deleitándose, dándose permiso para disfrutar del primer paso. Me lo ofrece para compartir el placer con mi sentido del olfato. Inspiro cerrando los ojos y casi puedo saborearlo.
Pone el agua a hervir mientras muele los granos necesarios. Vuelve a olerlo, ahora se aprecia más intenso. Coloca tres cucharadas en la cafetera de émbolo de cristal y, cuando el agua está a noventa grados, la vierte para infusionarlo. Su pasión explicándome el proceso me gusta porque me recuerda a la mía. Me refuerza la idea de que las cosas por sí mismas no te apasionan, tampoco los trabajos. La pasión es una forma de vivir, de estar en el mundo.
Cuando el café está listo, jamás quemado, lo mezcla con colágeno, cacao en polvo, canela de Ceylán, un cucharadita de mantequilla, y lo bate en una mini blender mientras calienta y espuma leche fresca. La miro sin perder detalle para reproducirlo en casa. Lo sirve en taza de cristal, ya que por lo visto es importante. La presentación es casi más deliciosa que su sabor.
Veinte minutos para transformar un acto cotidiano en sagrado.
Y así, día a día, momento a momento, tu vida también acaba siendo sagrada.
Comer aguacates recién cogidos del árbol
Mantequilla. Pura mantequilla. La textura, cremosa, casi fundente. La piel, tersa. Un sabor que nunca antes había probado y que no puedo explicar. Que deja fuera de combate al mejor aguacate del supermercado. Incluso a los de veinte euros el kilo, que los he visto.
Saber que son finitos, que hasta que el árbol vuelva a dar fruto no habrá más.
Aprender a esperar.
Aprender a valorar.
Contemplar el efecto de la primavera
Me doy cuenta de que vuelvo a lo mismo, una y otra vez. No concibo el placer sin atención. Sin parar a mirar, sentir y disfrutar.
A veces me juzgo por tonta cuando, a mis treinta y seis años, descubro maravillas que siempre han estado ahí. Las contemplo fascinada porque, aunque las he visto muchas veces, es la primera vez que las miro. Luego me recuerdo que más vale tarde que nunca.
Hace dos días el habitual paseo por el bosque se convirtió en una experiencia casi mística. Los árboles y el resto de plantas, cuyo nombre desconozco, que me han acompañado en los fríos paseos de invierno, están brotando. No solo los almendros, que fueron los primeros en sacarme una sonrisa, sino que ahora hay decenas diferentes de especies inundando de color la orilla del Iregua. Incluso los pájaros cantan más.
Lo fascinante, ver que en algunas de ellas se mezclan las hojas secas y muertas con las frescas y recién nacidas. Tan bello como natural. El proceso de cambio y renovación que determina la vida en sí misma y al que tanto nos resistimos sin entender que, por mucho que nos joda, no podemos ser otra cosa.
Cambio, transformación, muerte y vida.
Ana.
P.D. Se termina el mes del deseo sexual en Efecto Vida, pero en ningún caso le ponemos fin. Si quieres que sea un Principio, he escrito tres relatos eróticos para estimular la imaginación, despertar el cuerpo y reconectar con nuestra parte más primaria y natural. Están disponibles hasta esta noche.
Si te apetece Mambo, última llamada.
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Espero que los gocéis tanto como yo lo hice escribiéndolos.
Si os apetece compartir vuestros placeres vitales, será un disfrute leerlos e inspirarme (nos) para encontrar nuevas formas de gozar la vida 🤍
Micro placeres que hacen un vida gustosa:
- El olor del café recién hecho. Es olor a hogar, a calidez, a tranquilidad, a disfrute.
- Un abrazo, de los largos, de los que cierras los ojos, de los que sientes que te arropan entera, de los que sabes que te están dando con el corazón porque lo respiras.
- Leer en silencio, disfrutar e imaginar cada palabra, hilarlo todo en la historia que tienes delante. Hacerla tuya, tanto, que sientes vivir cada página. Que no exista nada más en ese momento. Respirar el olor del libro.
- Un paseo por el campo, con o sin compañía, en silencio. Escuchar el crujir del camino bajo tus pies, respirar profundo para que la naturaleza de invada los pulmones, ir sintiendo aveces el sol que se cuela entre las ramas y las hojas de los árboles, sentir el fresco de la sombre mezclada con ese toque húmedo del bosque. Estar en calma.
- Sentarte delante del mar. Inspirar las olas y expirar los pensamientos. Dejarte invadir por ese vaivén que te atonta un poco, dejar escapar esa media sonrisa de satisfacción por estar allí. Sentir la arena mojada bajo tu culo y toquetearla con las manos. Sentir como tu pelo se encrespa y que te de igual. Notar la cálida temperatura del sol por todo tu cuerpo. Recordar porque elegiste ir y estar allí, sentada, frente a esa inmensidad de agua que parece nunca acabarse. Darte cuenta que lo único que se va a acabar vas a ser tú. Disfrutar de eso, porque si sucediera en ese momento, solo te dirías "enhorabuena amiga, lo has hecho bien".
- Las risas, las conversaciones profundas y las banales, los besos lentos, el sexo desbordante de amor y pasión, una peli en un sofá con mantita, un atardecer con sus colores sorprendentes, perderse por una ciudad mirando los edificios antiguos, ser espectador de la felicidad ilimitada de los perros, cantar a gritos en un concierto, bailar en la cocina de tu casa, escribir lo que te nace y sentirte Pérez Reverte, caminar de la mano de alguien, cuidar y que te cuiden....
La V.I.D.A. está tan llena de placeres que se nos olvida lo más importante, parar para poder disfrutar de todos ellos.
Estamos vivos, vivamos lo que nos quede como si fuera la primera y la ultima vez que lo hacemos. ♥️