¡Camarero, reserve esta fecha!
1 de enero.
En unos años querrás decir Yo estuve allí.
Mi flor en el culo
Hace dos meses que llegué a este nuevo lugar y, en concreto, a esta nueva casa, en una zona algo desangelada de las afueras de la ciudad. Es un barrio dormitorio en el que solo hay construido un parque infantil. Por la noche no encienden las farolas. No hay comercios ni restaurantes. Está lleno de parejas jóvenes que han encontrado aquí un precio razonable de vivienda para tener perros y bebés. El primer día tuve la pésima idea de comparar la sensación estética y ambiental con Lanzarote y me tiré tres horas llorando a moco tendido. Empiezo a cogerle cariño al hecho de que el ser humano tropiece siete millones de veces con la misma piedra. Comparar es jodidamente automático, aunque rara vez es justo y pocas veces te hará un favor.
La cosa es que al salir de mi portal hay un gran terreno, muy cómodo para los perros, pero sin rastro del verde que vine buscando. El resto de la zona está cubierta de vegetación, a cinco minutos tengo mantos de césped, río y bosque, pero debajo de mi casa había tierra y piedras.
— Qué pena lo seco que está esto, ¿no? ¿No está previsto que pongan césped como en el resto de la zona? — le pregunto a una vecina.
— Ay, querida, llevamos trece años esperando. Suerte que has llegado con farolas. Esta zona no tiene ni ayuntamiento, están con rollos de burocracia. Olvídate.
Esto me bajoneó, para qué mentir, pero el entrenamiento de flexibilidad mental sostenido a lo largo de una década da frutos. Dos días después corría jugando en tierra seca sin acordarme de la supuesta carencia. Un mes después había tractores levantándola y algunos señores esparciendo semillas al aire. Me acerqué cual vieja del visillo.
— Buenos días, caballero. ¿Qué están haciendo?
— Os estamos plantando césped. En un mes tenéis esto verde.
Me quedé de piedra. Le respondí con un vago gracias porque aún me impacta como algunos deseos profundos pueden pasar al plano material con tanta rapidez. He experimentado este tipo de milagros muchas veces —soy una mimada del universo—, pero parece que cada vez ocurre más rápido.
La semana pasada al llegar de Lanzarote los pelillos de césped empezaban a asomar. Recordé el momento de mudarme a mi casa entre arrozales en Bali. Los alrededores eran puro barro, tampoco tenía mi verde soñado. A los días de mi llegada los agricultores plantaron el arroz manojo a manojo. Los vi a través de mi ventana, tengo el momento en el móvil grabado. Mientras escribía mi libro la V.I.D.A. crecía a mi alrededor. Cuando la etapa se terminó y cogí la maleta para volver a España, la sierra mecánica recortó los campos y el paisaje se transformó en paja seca. Si pones atención e intención, si te fijas, la V.I.D.A. te acompaña en forma de metáfora. Y me la pela que me llamen intensa.
Visto lo visto, sería de locos no creer en la magia de los ciclos.
Sería de locos no permitirse ser parte de ellos.
Un mapa a mi favor
Me he metido en otro Máster de coaching —dura otro año y pico— por puro vicio y porque creo que la capacidad de aprender es un regalo que nos diferencia del resto de seres vivos y que debemos honrarla, además de aprovecharla. Reconozco que creía que no aprendería mucho más en la primera parte, pero me he tragado mis palabras. Incluso la típica rueda de la V.I.D.A. ha sido planteada de forma distinta y al trabajarla he visto tres nuevos puntos y posibilidades que desconocía. El 28 de diciembre la vamos a integrar en el evento de Fin Principio de año. Me gusta ver diferentes enfoques de lo que me gusta, contemplarlo en 360, mirarlo de todas las maneras posibles.
En la formación más es más.
Esta semana me tocó un compañero para la práctica. Me daba un poco de vergüenza plantear el único tema que ahora mismo me preocupa. Por un momento quise plantear un objetivo superficial y fácil de coachear, pero el compromiso con mi verdad ya no me deja pasar de puntillas por las cosas.
He perdido la confianza en que puedo vivir un amor de pareja como me gustaría. Siento que todo me va tan bien que no puedo pedir más, que esta área de la vida no me toca. No me preocupa, amo mi vida y no la cambiaría por nada, pero a veces me pone un poco triste. Sobre todo, la idea de morirme sin llegar a experimentarlo.
Me sorprendió su forma de llevarlo. Hacerme coaching no es nada fácil, hablo mucho, yo sola me pregunto y me respondo, y lanzo quinientas ideas a la vez porque mi mente está entrenada en ver posibilidades. Yo, personalmente, dudo que eligiera a una coachee —un saludo a todos los valientes que me han hecho terapia y acompañamiento— como yo, sin embargo, y para las pocas clases que llevamos, mi compañero cogió el toro por los cuernos y empezó a recibir y devolver la pelota con más intuición y ganas que metodología.
Filtramos objetivo y llegamos a las piedras del camino, que me las sé de memoria. Una, la creencia de que a mí no me toca basada en las, digamos poco favorables, experiencias del pasado y su consecuente generalización de los hombres son… Tras más charla y preguntas, el amigo hizo diana.
Ana, has ido a un colegio de chicas y has trabajado en un sector femenino durante años. Por lo que me cuentas no has tenido a muchos chicos cerca. He estudiado sociología y creo que, simplemente, tienes un error de muestreo. Las muestras que has tomado han sido pobres y poco acertadas, y en ningún caso definen la realidad.
Escuché el olor a chamusquina de mi raciocinio. Esto me lo he contado mil veces y era consciente de ello, pero nunca con palabras técnicas provenientes de una ciencia social. Y yo, aunque creo en la magia de los pelillos de césped, tengo alma empírica. La importancia de probar y encontrar palabras que te toquen. La programación neurolingüística.
Diecisiete letras se han cargado un pasado pesado y limitante.
#Unerrordemuestreo.
Como para no amar el coaching.
Un permiso
Estamos en la escapada emprendedora con mis compañeras del máster. Nueve alumnas conviven con nosotras, las mentoras, durante cuatro días. En el círculo de apertura no hay incienso, kombucha, o vestidos blancos vaporosos. Quizá rozamos el opuesto. Las recibimos con vino blanco y frío, papas y golosinas. Las que fuman, fuman. Me maravilla. Miro a Ico Ramos y se lo digo al oído. Gracias. No hubiera soportado empezar a cantar mantras en un círculo de diosas sagradas.
Es un experimento interesante. Llego con calma y curiosidad, me siento tremendamente segura entre mis compañeras, que son amigas y familia elegida. Después de cuatro años aislada, literalmente, dos de ellos en pandemia, y dos entre lava volcánica, encerrarme en una casa con alumnas es un reto.
En el encuentro de apertura gran parte de las chicas comentan que me siguen desde hace años. A la vez que sonrío y expreso mi agradecimiento noto como mis glúteos se tensan ligeramente. Una de ellas me dice que al principio no le convencía, que le generaba rechazo. Esto no es nuevo para mí, me lo dicen demasiadas personas. Luego matizan. Me hacías de espejo, te atrevías a hacer cosas que yo también quería, gracias a ello identifiqué y resolví dentro de mí. Ahora me encantas. Me parece bien, sin embargo, encajarlo y asimilar que produces ese efecto no es tan fácil. Lo dejo estar. Y me dejo estar. Conecto con la firme intención de no exigirme más allá de mi trabajo como mentora de desarrollo personal. Me doy el permiso de estar como ahora quiero estar. En segunda fila.
Pasan los días y la culpa se me come. No estoy siendo tan extrovertida como antes. En las cenas me quedo en un extremo de la mesa, al despertar me tomo el café sola, por la noche me retiro pronto a la cama… La Ana Albiol de antes estaría comportándose de manera diferente. Empiezo a sentir ganas de llorar. ¿Qué pensarán las chicas? ¿Las estaré decepcionando? Oigo las voces de las odiadoras, esas malas pécoras han hecho mucho daño. Conecto con el miedo y las ganas de esconderme. Acudo a Ico, que siempre tiene las palabras necesarias para calmar a la niña asustada que todas llevamos dentro.
Mi niña, no pasa nada. Es normal que te sientas así, estás dándote permiso para dejar de ser lo que crees que otros esperan de ti. Llevas mucho tiempo en un cambio de identidad y sabes que no es de un día para otro. Todo se está asentando y esta experiencia potente es una oportunidad para que seas quién eres ahora. Tu niña tiene miedo de ser ella misma y de que no la quieran. Vete a la habitación a abrazarla, no pasa nada. Estamos contigo. Estás contigo.
Abrirte, mostrarte vulnerable y que te validen con respeto y amor es una especie de milagro. Es un abrazo invisible que te hace sentir segura. Es un bálsamo para la niña, para la adulta y para el alma.
En el círculo de cierre lo cuento con la naturalidad por la que apuesto delante de mentoras y alumnas.
— Chicas, esto es lo que he sentido, lo que me ha pasado. Me he permitido hacer menos ruido, estar en segunda fila. Espero no haberos decepcionado, aunque la verdad es que no lo cambiaría. Soy más introvertida de lo que creía, solo que no lo sabía. Soy lo que habéis visto.
— Hemos visto lo mismo que muestras en redes ahora. Si hubieras actuado diferente nos hubiera chocado. Nos parece pura coherencia. Nos gustas así. Tal y como eres.
Repito.
Abrirte, mostrarte vulnerable y que te validen con respeto y amor es una especie de milagro. Es un abrazo invisible que te hace sentir segura. Es un bálsamo para la niña, para la adulta y para el alma.
Gracias a todas las personas que me cuidan.
Ojalá todo el mundo llegue a experimentar un entorno así.
¡Salud!
Y Principio.
Ana.
Tu permiso acaba de conectarme con algo que escribí hace un tiempo, y quiero compartirlo ♥️
“No, no siempre te vas a gustar.
Probablemente te encantes cuando brillas, cuando eres ingeniosa, risueña y divertida.
Cuando estás llena de energía, creatividad y ganas.
Cuando las cosas te salen bien y te gusta lo que ves en el espejo.
Pero he descubierto que el verdadero amor propio, al menos para mí, no va solo de esto.
Va de aceptarte cuando te sientes rota, vulnerable y triste. Va de darte otra oportunidad cuando sientes que te equivocaste. De dejarte tranquila el día que necesitas estar tirada en el sillón y tener una perreta. De dejarte querer y cuidar si lo necesitas.
Nos construimos de luces y sombras, estamos hechas de lo que nos gusta y de lo que no. A veces somos de mil colores… pero de blanco y negro también.
Y está bien así.
Estamos bien así. ♥️
Creo que es mi primera entrada, mi primer comentario. No os escribo pero os leo. Y os admiro y os siento. Y lloro. En silencio. En la soledad de mi casa, de mi cuerpo y de mi alma. Intento no analizar ni repensar; dejar que las palabras salgan del lugar adecuado. Dejar de buscar, de controlar, de sufrir. Dejar... y dejarme en paz. Hoy por hoy, objetivo imposible. Observo y siento el caos y la soledad, quizás buscada pero no deseada, que me rodea. Y no sé por dónde comenzar a reparar tanto destrozo. Y pienso, ahora sí, en las palabras de Ana... En que está bien darse permiso para mostrar nuestras costuras, nuestros rotos, nuestra vulnerabilidad circunstancial y vivencial... Permiso para gritar en silencio que no puedo más, que necesito escapar de esta vida gris, soporífera, que me ahoga y me mata cada día... Me doy el permiso pero el EGO me castiga duro y me dice que me calle, que yo puedo, que he llegado hasta aquí, que siga adelante... (no sé hasta dónde...). No es fácil ser yo (quizás no es fácil ser nadie). Llevo en la maleta abandonos sostenidos, creencias que me amordazan y me limitan, inteligencia desaprovechada y sensibilidad anulada, miedos que me bloquean y me paralizan... Dicen que hay que pedir para que te den... Pues aquí estoy, dispuesta a recibir lo que tengáis para mí (que el Universo teja con hilos rojos...).
Gijón, vivirparaescribir@hotmail.com, 661097779