Suena Julio Iglesias. Me encanta su voz. Me encanta la música de antes, la de verdad. Me va me va me va me va, me va la vida, me va la gente de aquí y de allá. Los señores en traje de chaqueta y bien peinados en lugar de los garrulos que visten con sábanas y gorras para taparse la cara. Iglesias exacerba mi nostalgia.
El panorama es espectacular. Estoy en una terraza en lo alto del hotel en el que me alojo en Valencia. He celebrado en las raíces mis treinta y seis primaveras. Conforme cumplo años me veo más guapa y llevo menos maquillaje, creo que es el trabajo de soltar culpa. Levanto la vista del ordenador. La Dehesa de El Saler enfrente parece un brócoli gigante, el mar en segunda línea y el cielo morado degradando a rosa con la luna llena de La Cosecha. Es momento de recoger lo sembrado, tengo el saco preparado. A mi espalda La Albufera y el sol poniéndose. Da igual Bali, Lanzarote, Valencia o La Conchinchina, el atardecer existe para todas las que queramos buscarlo y mirarlo.
¡Camarero! Hoy literal. Una Alhambra 1925 bien fría, que voy a darle a la tecla.
Un matiz importante.
Eres quien eres a pesar de lo que te ha pasado.
Leí está frase en algún lugar de internet y no logro encontrar a la persona que la escribió, pero le doy las gracias por abrir un melón que recojo y troceo.
Hace años que me colgué, por esperanza e ignorancia, la etiqueta de espiritual y, aunque gracias a mi compromiso con el pensamiento crítico me la he quitado tan rápido como he podido, me hizo daño. La jaula es tan asfixiante y alienante como las demás.
Una de las ideas más repetidas en este dogma new age que factura miles de millones al año a costa de personas en situación de vulnerabilidad emocional y mental —y que no deja de crecer—, es que el sufrimiento, el dolor, el daño, es siempre para nuestro bien. Porque está en el plan de nuestra alma, porque todo es perfecto, y porque gracias a ello aprenderemos y seremos quienes estamos llamados a ser.
Que se lo digan a una niña violada.
A una mujer asesinada.
Al padre de familia que tiene que robar para comer.
Estos últimos son ejemplos mayores y quizá hacen más evidente la falta de empatía de esta forma de pensar y la responsabilidad volcada sutil y peligrosamente en la persona que sufre el dolor, pero ojo, que los que lidiamos con dificultades consideradas de menor escala como maltrato psicológico, abuso sexual o laboral, enfermedades o pérdidas de seres queridos, podemos acabar dando gracias por nuestras desgracias y romantizar el dolor.
Yo he dado infinitas veces las gracias por todas las mierdas que me han pasado, que no han sido pocas. Por todo el sufrimiento que en ningún caso merecía, y que no merece nadie. Daba las gracias, incluso, a los inconscientes que me lo causaron. Porque lo que te pasa no es solo tu responsabilidad, aunque sea un mensaje extendido en esta ideología. Cuando sangras por una herida de navaja el responsable es el que ha clavado el arma. Después viene tu parte, que es recuperarte.
Somos quienes somos a pesar del maltrato, del acoso, del desprecio, de la pérdida y de la enfermedad.
Somos quienes somos por lo que decidimos hacer con esto.
Somos quieres somos porque decidimos sonreír después de llorar.
Somos quienes somos porque decidimos levantarnos y seguir adelante.
Y como es de bien nacidos ser agradecidos, si queremos dar las gracias podemos acercarnos a un espejo y mirarnos a los ojos. Después podemos llamar a aquellos que nos tendieron la mano.
Eres quien eres porque has decidido superar,
como sea que lo hayas hecho,
toda la mierda que te ha pasado.
Una profesión
Salí a cubierta a que me diera el aire y me encontré con Alberto, un madrileño que vive en La Gomera desde hace años porque, según él, en la isla aún se vive la libertad como en los setenta. Estaba exponiendo su artesanía en una mesa del ferry. El tapete, desafortunadamente elegido desde mi punto de vista, era morado. Sobre él, un montón de botitas de cuero hechas a mano con diferentes mezclas de colores.
Pese al tapete me acerqué a hablar con él y con otra chica gaditana que estaba sentada a su lado y que, tras varios años viviendo en Fuerteventura, se volvía a su tierra. Llevaban tres días viajando en ese barco del infierno que provocó las vomiteras de muchos pasajeros y, sorprendentemente, aún estaban de buen humor. Los tres coincidíamos en el efecto que tienen las islas cuando vives mucho tiempo en ellas. La sensación de libertad, la desconexión de la sociedad en cierta manera, el minimalismo y la mezcla de la soledad que a veces sana y a veces pesa. Mientras ella leía una saga de novelas con devoción y marcaba las páginas con cientos —no exagero— de post it, él cosía botitas y yo hacía preguntas. Su destino era Cádiz, allí estará vendiendo sus creaciones en mercadillos.
Me relamo ante los extremos porque me permiten ver que el rango de posibilidades entre ellos es amplísimo. Acostumbrada a vivir rodeada de emprendimiento digital y redes sociales, y reduciendo sin querer muchas veces mi mirada a ello, respiro aliviada cuando me doy cuenta de que el mundo sigue siendo enorme, aunque la mente lo haga pequeño.
No tengo llavero para mi furgoneta, ¿podrías hacerme una botita?
Para no variar —porque no veo la necesidad de hacerlo cuando algo me gusta—, le pedí cuero blanco y el cordón en rosa palo. ¿Algún otro color? preguntó. No, gracias, respondí. No hay necesidad de mezclar cuando tienes las cosas claras.
Miré fascinada y en silencio como cortaba la pieza y la cosía, como parecía disfrutar con ello. Es mi meditación dijo. Me flipa hacerlas. Llevo casi quince años haciendo botas a mano. Quince años. Por elección.
Compré cinco botitas y rechacé la que me quería regalar porque comparto la tendencia de querer dar de vuelta inmediatamente cuando alguien nos entrega más de lo que esperamos. Esta semana las mandaré por correo a personas cuyos pasos admiro.
Mientras él sonreía y cosía yo pensaba en ese motor llamado ilusión que tantas personas han perdido buscando en una sola dirección. En la ansiedad por encontrar el sentido vital en un trabajo que te guste tanto que no tengas que trabajar nunca más. Y en que es mentira. Cada vez tengo más claro que el verdadero sentido está en la forma de mirar.
Pensé en las nuevas profesiones de moda que tantas personas persiguen obnubiladas sin filtrar si están alineadas con su estilo de vida o valores. En las ridículas recetas para hacerte millonario en un día y en sus casposos embudos de venta. En la idealización del emprendimiento y en la tontería que acompaña, a veces, al número de seguidores. En la pérdida de la sencillez y el disfrute porque nos han dicho que cuanto más, mejor. En la pérdida de la atención por el miedo a perdernos algo para acabar perdiendo lo que nos importa.
Y en que es una pena que se puede remediar dando pequeños pasos para volver al origen.
Un consejo de un buen amigo
No alimentes el odio, el resentimiento o el miedo. No intentes cambiarlo por expectativas de amor y de experiencias explosivas que siempre defraudan, sino vivir en la calma, en la simpleza del día a día y anular la culpa. La culpa hay que reducirla a cero.
En ello estamos.
Una canción
Me olvidé de vivir – Julio Iglesias
Letra real y cruda con la que espero no nos sintamos identificadas. Cuando la escucho recuerdo a personas que quiero y que no están a gusto en sus vidas y siento tristeza por ellos. Ojalá todas recordemos o decidamos cómo vivir y empecemos a hacerlo de nuevo.
Cada día es un día menos.
O una oportunidad de principio.
¡Salud!
Ana.
Cada chupito un desmontar mierdas mentales. Me encanta emborracharme de tus palabras y pasar la resaca despidiéndome de otra etiqueta más que me había zampado sin enterarme.
Que guay estaría que tu próximo libro fuera una recopilación de todos tus chupitos (para poder subrayar melonacos como loca), sería como tener nuestra propia Biblia para las guepardas que un día decidimos no quedarnos con la visión del mundo que nos han contado, si no, salir a jugar con la V.I.D.A. y ver que nos ofrece, para luego usarla a nuestro favor.
Gracias por tantos principios, Ana.
Un abrazo enorme a todas 🩶
Sentada frente al teclado sin saber bien qué contestarte.
También víctima de la espiritualidad new he aprendido a agradecer lo vivido sin creer merecer todo lo sufrido.
He aprendiendo a creer sólo en el amor de ida, en la pasión sin puertas, en la expresión espontánea y en la aceptación tan sólo de lo que me de la gana.
No merezco lo malo que me llega.
No merezco aprender a cañonazos.
No merezco sentir que podría ser peor.
Merezco vivir creciendo en amor, en gozo, con esperanza e ilusión.
Que nadie me haga creer que no es posible.
Que nadie coarte mis caminos.
Que nadie me dirija más que mi corazón y mis pasiones.
Y si me equivoco....entonces pensaré que ese no era el camino pero seguiré buscando cuál yogurt.