¡Camarero! Otra ronda, y fresquita por favor. ¡Que ha llegado el verano!
Lujo simple
Madrugar para bajar a la playa cuando los guiris aún duermen. Antes de que planten su sombrilla en la arena. Cuando el mar es solo para mí. Mientras que los primeros rayos del sol asoman y le aplican un filtro cálido al azul salado. Bikini y poncho encima. Poncho de rizo grueso con capucha y print guepardo. Las llaves de casa en el bolsillo Doraemon del poncho. Una mano dentro del bolsillo. La otra sujeta el libro. Las gafas de sol puestas, junto a la capucha, para evitar la vergüenza que me produce cruzarme con alguien llevando esas pintas. Sin cholas. Descalza. Por la acera. Da igual.
El ritual es el siguiente.
Me quito el poncho a tres metros de la orilla. Solo llevo la parte inferior del bikini. Libres domingos y domingas. Meto las gafas en el bolsillo y dejo el libro encima del poncho. Me preparo en la línea de salida como si fuera la prima de Bolt. Preparada. Lista. Salgo corriendo y pechos botando. Que nadie me vea, por favor. Grito bajito. Está fría. Un, dos, tres. Me sumerjo entera. Me hago la muerta y le pido al mar que me quite lo que no es mío. A la isla que me limpie de malos rollos. Al frío que me hiele el cerebro para evitar los pensamientos que me atormentan.
Qué gusto.
Miro hacia el sol, que sigue levantándose. Me fascina sentir la luz de primera hora en la cara y estar completamente sola en el agua. Agradecida a la gente que no le gusta madrugar. Así puedo experimentar el mundo sereno y sin ruido.
Me meto corriendo en el poncho y me regodeo en el olor a suavizante. Mi movimiento al ponerme la capucha destila dignidad. Guerparda y digna, casi siempre. Me siento en el banquito de rayas de colores que mira al mar. Leo algunas páginas del libro. Alexandra Horowitz me cuenta lo que los perros ven, huelen y saben. Qué ignorantes somos los animales humanos y qué barbaridades nos creemos.
Respiro hasta llenarme de aire y de V.I.D.A. por completo. Vuelvo a casa antes de que las sombrillas empiecen a llegar. Me desnudo y no me vuelvo a vestir porque nadie puede verme. Es mi momento de libertad.
Me hago un café colombiano con leche fría, espuma densa. Espolvoreo cacao puro por encima. Miro con atención mi pantalla de cine particular. El cielo limpio, pintado de borreguitos, y el trocito de mar justo que me hace sentir que no hay nadie más.
Plan sin fisuras.
Paz.
Puro privilegio.
Una casualidad
Hace unas semanas conocí a una pareja de vecinos por casualidad. Tras cinco minutos de presentaciones les invité a casa a tomar una cerveza. Mientras subíamos pensé que era una imprudente. Tras un breve debate interno otorgué la victoria a mi parte confiada, la que que apuesta por el impulso que sale del corazón.
Me sentí algo culpable por mi hospitalidad y cercanía con dos desconocidos porque últimamente me siento recelosa de mi intimidad con personas que me siguen por redes. Al final de la noche le vi el sentido. La relación con humanos que no saben quién soy ni qué hago con mi V.I.D.A. es más equitativa y horizontal que la que se da con personas que ya tienen una idea preconcebida de mí a través de la pantalla.
Ella, colombiana, me recuerda a Ale, una de mis mejores amigas. Él, italiano, me recuerda al novio de Ale, un gran amigo. Todos divertidos, llenos de ideas frescas, juventud y ganas de juego.
Nos presentamos. Nos contamos la vida intentando establecer turnos y respetarlos. Por supuesto no lo conseguimos. Abrimos una cerveza tras otra. Pedimos pizzas al restaurante de abajo. Y tiramisú. Nos dieron las tantas. Nos abrazamos al despedirnos como si ya hubiésemos compartido sal y risas antes y fijamos los martes por la noche para nuestra quedada. Le llamamos La Original porque, aunque salgan más propuestas y planes, esta siempre será la que nos unió de forma totalmente inesperada.
Y así, abriendo las puertas del nido a dos completos desconocidos, dejando que las casualidades me hagan seguir creyendo en lo que no veo, comprobé de nuevo que la V.I.D.A. es eso que te pasa cuando dejas que te pase.
A la hoguera de San Juan
La prisa
La vergüenza
La culpa
Lo que no soporto
El silencio pasivo agresivo.
Es maltrato.
Lo hacemos entre adultos, y lo peor de todo, se lo hacemos a los niños.
Me enciende. Porque lo he vivido. Hace mucho, o puede que no tanto. Ahora lo detecto a distancia, incluso antes de que se de. Me pone los pelos como escarpias.
Esos … suspensivos en las respuestas. Esas frases cortas y secas que disfrazadas de neutralidad se sienten tortazos. Esas caras hasta el suelo. Ese qué te pasa complaciente y ese no me pasa nada arisco y doliente.
No puedo.
No quiero.
No lo elijo.
Un cambio de perspectiva
Hace unos días, paseando al perro que cuido, una señora se paró a preguntarme.
— Qué bonito es, pero esto soltará una cantidad de pelo… ¿no? Yo no tengo un perro por eso. Por todo el pelo que sueltan.
Inciso: la palabra pero es un borrador universal. Cuando la usamos en nuestra comunicación invalidamos lo que hemos dicho antes de usarla.
— Sí, la verdad es que suelta Golden Glitter –así llamo yo a sus pelos— allá por donde pasa. Mi coche y mi casa están cubiertos de pelo. Si miras a contraluz ves un manto que cubre el suelo.
— Claro, qué horror, me imaginaba. ¿Y cómo lo llevas?
— A mí no me importa en absoluto. No sé, es solo pelo. No tiene nada de malo. Además su pelo me encanta porque él me encanta. Ver sus pelos por mi casa me da mucha ternura y me recuerda a él. Y a mi coche le ha dado un toque peluche muy original. De verdad que no me importa en absoluto.
— Nunca lo había pensado. Aplica a otras muchas cosas.
— ¿El qué?
— Que es solo pelo.
Una mentira
El tiempo es el recurso más preciado y precioso que tenemos.
Y la he dicho yo un millón de veces, pero me retracto.
Ahora sé que es mentira.
Hay otra cosa mucho más importante que el tiempo.
El tiempo sin ella no vale para nada.
Adivina adivinanza.
Si has hecho mis talleres y no lo sabes, estás suspendida.
¡Salud!
Principio.
PISTA: En los talleres hablo de dos cosas importantes. Empiezan por A e I. Es una de ellas.
Señoras, por favor. Jajaja. Un abrazo a todas.
Llego tarde (que ya he visto que las atinaban por ahí) y llego con atención e intención.
Ana, tía, cada frase está maravillosamente construida, no sé si puedo con tanta belleza. Leo y vuelvo a leer y es que impacta en mi cuerpo. Flipo. Gracias. De verdad.
Amo hacer yoga tempranito en la Malvarrosa y luego meterme en el mar. Si quiero emprender, entre otras cosas, es para poder hacerlo cuando me dé la gana, no solo sábados o domingos.
¿He dicho emprender? Ay Dios, qué miedo 😂😂😂😂 me hago cada semana tu taller del miedo 😂😂😂😂😂 y ahí estoy, acercándome cada día un pasito más.
Pasivo agresivo. Uf. Sé mucho de esto, porque lo practico y porque lo recibo. Por suerte mi cuerpo me advierte de que ese comportamiento no mola nada y con el tiempo y mucha terapia he ido practicando la consciencia (o atención) para saber qué límite me pide el cuerpo y he ido poniendo en marcha (intención) la acción de relacionarme y marcar esos límites con asertividad. La asertividad fue uno de los grandes descubrimientos de mi vida, porque parece difícil aunque cuando la practiqué, me di cuenta de que solo es una construcción en cuatro pasos: describir el hecho molesto de forma objetiva, describir cómo me siento llegando al nivel de profundidad deseado, ponerme (de verdad, no desde la ironía o el cinismo) en el lugar de la otra persona, y pedirle cómo me gustaría que fuese en el futuro. Y de regalo, no tener la expectativa de que cambie, eso no depende de mí. Si no cambia, entonces ya utilizo la proactividad en dos preguntas: esa situación depende 100% de mí? Quiero cambiarla/me vale la pena el esfuerzo? Si las dos son que SÍ, pues decisión, plan y a cambiar. Si alguna de las dos es que NO, entonces aceptación y dejar el victimismo de lado, que consume mucho 😂😂😂😂