Hasta hace relativamente poco, mi vida era tan creativa y fluida como caótica. Con cada mudanza, con cada proyecto y, sobre todo, desde el momento en el que empecé a emprender y mis funciones se multiplicaron por diez, el desorden empezó a ganar terreno, sobre todo en el plano digital y en el área de la planificación.
Desde no tener una carpeta para las facturas hasta llorar al ver cómo mi agenda era, literalmente, secuestrada por los fuegos, los deseos y necesidades de otros. El burn out no se originó de la nada. Era demasiado, aquello era insostenible por muchos aspectos, y uno de ellos era la falta de sistemas y de orden.
Lo interesante del asunto es que, sabía que tenía que cambiar las cosas, pero creía que no podía. Por aquel entonces no era consciente de que hay un trecho entre no poder y no saber cómo narices hacerlo. Me conté que yo era una artista, que mi don era la creación, y que por este motivo no sabía ni podía hacer hojas de cálculo. Que lo rígido no me gustaba. Tenía razón en lo primero, soy creativa de esencia, pero estaba totalmente equivocada en lo segundo.
Con el paso de los años, del emprendimiento y gracias a mi camino de autoconocimiento, entendí que no solo había lidiado con el caos, sino que inconscientemente mi vida había sido una lucha por encontrar orden en medio de él. De fondo yacía una obsesión tintada de ansiedad por encontrar sistemas que me permitieran vivir una vida de creación, movimiento y emprendimiento, pero con una base de calma.
Hace unos meses, después de un largo proceso terapéutico con EMDR de haber limpiado el pasado y un elenco gracioso de traumas, mi psicólogo me sugirió una evaluación cognitiva dado que seguía teniendo obstáculos diarios que no lograba superar. No era la primera vez que recibía esta propuesta. A lo largo de todos mis años de exposición pública muchas personas me habían comentado que veían rasgos claros de neurodivergencia (cerebro con un funcionamiento que se sale de los estándares considerados como normales), pero no quería más etiquetas ni trabajo personal.
En mayo fui diagnosticada por mi psicólogo con una doble excepcionalidad —así lo llaman ellos— que combina Altas Capacidades con TDA. Soy una avariciosa y con una no me bastaba. Lo interesante es que la capacidad de hiperfoco en lo que me gusta de las AA compensa el TDA y lo hace menos evidente, aunque la carga mental y el cansancio que supone es importante. Mi vida oscila entre rapidez de pensamiento, capacidad asombrosa de interrelacionar conceptos, creatividad, hiperfoco, alta sensibilidad, dificultad y evitación de tareas sencillas, pérdida de atención cuando algo no me interesa o no me motiva —que es a menudo— , problemas para seguir instrucciones y agotamiento mental. Una joyita, vaya. Aunque no tengo el rasgo de hiperactividad y la verdad es que lo agradezco.
El diagnóstico fue revelador, más allá de etiquetarme y meterme en otra caja, me ha permitido entender innumerables desafíos a los que me enfrento diariamente desde que tengo uso de razón y, sobre todo, implementar estrategias para que mi vida sea un poco más amable.
Empezando por el orden.