María. 32 años
Mi madre me sentaba a su lado en la cama, cuando tenía diez o doce años, cerraba la puerta de la habitación para que no nos oyeran cuchichear, y me contaba lo malo que era mi padre, lo cansada que estaba de él, incluso que no se le levantaba y que el sexo con él era una mierda. Yo era una especie de mini psicóloga para ella. Me contaba todos sus problemas con él, condicionándome hasta el punto de que yo también acababa enfadada y sintiendo asco hacia el que era mi persona favorita.
Yo le pedía que se divorciara, y ella se victimizaba. Después, cuando salíamos de la habitación, me decía que actuara con amor hacia él para que tuviéramos la fiesta en paz. No solo lo hizo con mi padre, también con mis abuelos, tíos y primos. Tengo el recuerdo de su voz soltando mierda sobre toda mi familia, también sobre mis hermanos, mientras que de cara a ellos era la mejor madre, esposa, cuñada y nuera del mundo.
Y esto es solo la punta del iceberg. Si te contara más, te quedarías muerta.
La verdad es que no. Que no me sorprende en absoluto, porque desgraciadamente, hay muchas más historias así.
Hoy comparto algunas de ellas gracias a las personas que, hace dos años, en estas mismas fechas, se abrieron a mí en Instagram, cuando se me ocurrió plantear que, quizá, no todo el mundo quiere celebrar el Día de la Madre.
La respuesta fue abrumadora. Tengo una carpeta de Drive llena de testimonios que supusieron un nudo de ratán en mi garganta y la confirmación de que vivimos en una sociedad en la que no se habla de lo verdadero ni de lo importante. De que sonreímos por inercia o educación cuando necesitamos llorar y pedir un abrazo verdadero. De que hay muchas adultas con una niña rota y desamparada dentro de ellas, intentando llevar una vida libre y en calma sin conseguirlo.
Pero antes de seguir con las historias, quiero compartir el experimento de Harlow, psicólogo estadounidense que trabajó la dependencia y el apego como herramienta fundamental para el desarrollo social y cognitivo. En su controvertido estudio con monos demuestra la importancia del afecto materno y sus consecuencias, así como las diferencias de comportamiento en la vida adulta a raíz de su ausencia. Os invito a sacar vuestras propias conclusiones.