11 de mayo
Hace días que no escribo. Han pasado muchas cosas. No he tenido el valor. No me entiendo. No sé qué quiero. No sé si lo que hago es mi esencia o son patrones aprendidos que me condicionan para siempre. ¿Hasta dónde puede cambiar una persona? No sé nada. Y no sé cómo saberlo. Esa noche se abrió la caja de Pandora.
— ¿Crees que alguna vez encontraremos el amor de verdad?
— Yo sí, estoy segura. Y tú también, cuando lo quieras y lo elijas de verdad.
— Eres increíble, eres mi estrella. Estar cerca de ti me hace sentir querido, comprendido, cuidado… Poca gente me entiende y me respeta como tú, Emma. Qué suerte tengo de haberte encontrado. ¿Te quedas a dormir? Me apetece mucho, quédate por favor.
Me quedé a dormir. Sé que no tendría que haberlo hecho, pero coger el metro en Londres a última hora me da miedo y este mes no está el bolsillo para taxis. He perdido cuatro proyectos porque no llego a más. Estoy cansada y descentrada. Por ahora. Me encanta añadir estas dos palabras a cualquier situación que no me gusta, me quitan presión y me permiten seguir haciendo lo que me da la gana, así me siento menos culpable cuando me trato mal.
Por ahora.
Me engaño, por ahora.
Me parece fascinante mi capacidad para manipularme y tergiversar las herramientas de desarrollo personal a mi favor. En el autoconocimiento hay mucho material para alimentar la excusa y el victimismo si eres tan lista como yo. Me da pena mi psicóloga, ¿se dará cuenta de que también la engaño a ella? ¿Me tendrá calada? Pagaría por saber lo que piensa de mí de verdad, más allá de la validación constante que me profesa y la amabilidad desproporcionada en sus palabras. ¿Dónde está el límite entre amabilidad y comprensión hacia ti misma y condescendencia? ¿Cómo saber cuándo necesitas disciplina y compromiso o dejarte en paz con amabilidad? No logro encontrar la medida. No quiero quedarme blanda por miedo a ponerme dura y viceversa. El puto camino del medio son los padres. Todo mentira.
Vuelvo a lo importante.
Me quedé a dormir con él, en su cama. Como si tuviéramos un acuerdo implícito, como si fuera algo habitual y natural entre nosotros. Como si fuéramos una pareja que se disfruta, se elige y se quiere. Me dejó un calzoncillo de algodón de señor inglés, de los que planchaba cuando trabajé de au pair en esta misma ciudad hace ya veinte años, y una camiseta gris de Primark con la costura torcida. Adoro a los hombres que llevan este tipo de calzoncillos, creo que no marcar paquete denota confianza en ti mismo, elegancia y clase. Y a la hora de la verdad es más interesante, hay más intriga y mayor sorpresa.
Toda yo olía a humedad, como el resto de la casa. Me lavé los dientes con su pasta prestada y el dedo índice, frotando bien la lengua para quitarme el olor a cerveza. Bebí un sorbo de un colutorio más viejo que el imperio británico. Tenía que estar preparada. Me lavé las axilas y la entrepierna con jabón de manos y me sequé con papel higiénico porque no había toallas colgadas. Me aseguré de que ninguna bolita de papel se quedara infiltrada entre los pliegues y se la encontrara con la lengua en el hipotético caso de que me hiciera sexo oral. No es que lo estuviera buscando, pero soy una chica de posibilidades y me gusta pensar que todo puede pasar en la vida. Hay que estar abierta a lo que venga, sobre todo en el amor.
Las sábanas no estaban especialmente limpias, pero no seré yo Doña Letizia, Reina de España. Debería controlar mis aires de grandeza. Mientras él se daba una ducha rápida, yo estudiaba mi postura con esmero. Me coloqué de lado, asegurándome de que las carnes internas de los muslos quedaran bien recogidas, arqueando mi espalda baja de una forma totalmente antinatural, sacando culo. Intenté que mi figura se viera lo más estilizada posible para cuando él volviera del baño.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Efecto Vida para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.