— Hola, ¿se puede?
— Pasa, pasa. Como si estuvieras en tu casa.
Hacía mucho que no visitaba esa casa, por lo menos dos años. Ni siquiera mentalmente, no me había atrevido. Entré despacio, dejándome llenar de buenos y malos recuerdos mientras ellas seguían a lo suyo. Estaban absortas disfrutando de una tarde de costura juntas. La abuela llevaba un babero de cuadros azul marengo y gris cielo. Lucía una mata de pelo gruesa perfectamente cardada, recién salida de la peluquería y con exceso de laca. Sobre la gran mesa de madera, cubierta de un mantel de plástico blanco y barato, había una caja de costura, retales de diferentes estampados y colores y un pequeño flexo que iluminaba la zona de trabajo. En su rostro, una disimulada tristeza se templaba con el amor que sentía por la nieta que estaba a su lado. Hilvanaba un babero de colegio.
A su vez, la pequeña, que no tendría más de seis años, intentaba enhebrar su aguja con atención e intención, sacando la punta de la lengua y cerrando un ojo para mejorar su precisión. Llevaba una camiseta de Piolín amarilla y una coleta despeinada. No había música ni televisión de fondo. No necesitaban más ambiente que el creaban cuando estaban juntas. Me senté al otro lado de la mesa y me mantuve en silencio para no molestar. Tras lograr su objetivo, la niña me miró con una sonrisa tan tierna como triunfal.
— ¡Lo he conseguido!
— Qué bien, a mí eso no me sale.
— Es que mi yaya me ha enseñado. Mira este bolsito, lo he hecho yo —me dijo señalando un saquito de tela rosa con dibujos de animalitos.
— Qué bonito, coser es un arte.
— Es que soy artista — respondió con naturalidad y certeza.
— ¿Sabes quién soy? — pregunté tanteando antes de ir a más.
— Mmmm… ¿la prima Mari? — Buscó la mirada de su abuela para que le echara un cable. Esta sonrió sin levantar la mirada del babero.
— No, no soy la prima Mari. Soy una vieja amiga de la familia, me llamo como tú y he traído un sándwich de Nocilla, que me han dicho que te gusta. ¿Te apetece salir a la terraza a comértelo y jugamos un rato?
— Vale, ¿te gustan los Polly Pocket? ¡Tengo dos! Puedo dejarte uno.
— No sé qué son, pero seguro que me encantan. ¿Me lo enseñas?
Nos sentamos bajo una sombrilla de rayas azul marino en la pequeña terraza de baldosas terracota, flanqueada por macetas de geranios rojos, blancos y rosas. Yo me senté en una silla de playa verde desgastada por el sol y ella en una mini sillita de madera, acorde a su estatura. Sacó dos juguetes no más grandes que mis manos, una especie de conchas, una azul y otra rosa, que albergaban un gran mundo en su interior y una mini muñeca con la que podías imaginar una bonita vida ahí dentro. Había una especie de huecos en los que podías encajar la base de la protagonista y moverla con la ayuda de una rueda exterior. La niña parecía fascinada y a mí me hizo cierta gracia. Nunca se me hubiera ocurrido que, en algo tan pequeño, hubiese espacio para una vida entera. Aproveché la conexión que nos brindó Polly Pocket para abrir una charla distendida.
— ¿Y qué tal estás? La verdad es que te conocí muy pequeña, has crecido mucho desde entonces. ¿Qué es lo que más te gusta hacer?
— Estar aquí con la yaya y mi tía, cuando viene. Siempre me trae un huevo Kinder. Me gusta pintar, o coser, o ver el Un, dos, tres por la noche en el sillón balancín mientras la yaya me abraza. Me deja dormirme encima de ella y luego nos vamos juntas a su cama.
— Y de mayor, ¿qué te gustaría hacer?
— Yo no quiero ser mayor. Me da miedo, creo que pasan cosas malas. La gente mayor se pelea y llora mucho.
— Bueno, eso es solo una parte de hacerse mayor… pero también hay cosas muy divertidas y bonitas.
— ¿Cómo qué?
— Para mí, lo mejor de ser adulta es poder tomar decisiones. ¿Sabes lo que es una decisión? Es algo que tú eliges. Tú ahora haces lo que te dicen que tienes que hacer, pero luego podrás elegir por ti misma y es muy guay. Es un superpoder. No puedes decidir en todo, pero sí en muchas más cosas de las que crees.
— Yo decidiría comer helado todos los días — dijo estallando en risa.
— Yo lo decido muchas veces, aunque te aviso de que también te empieza a gustar la verdura. Te juro que ahora me gusta el brócoli, aunque lo odiaba con tu edad.
— ¡Buajjjjjj! Qué asco. A mí no me gustará. Y tampoco me gustarán los chicos.
— ¿Por qué no? ¿Qué tienen de malo?
— Que he visto en la tele que te besan en la boca y es asqueroso.
— Bueno… quizá cambies de opinión. A mí sí que me gustan.
— ¿Tú tienes novio?
— No, ahora no.
— ¿Y perro?
— Sí, una perra muy buena.
— ¡Qué suerte! Yo quiero un perro, pero mis papás no me dejan. ¿Puedes venir un día con tu perra?
— Mira, tengo una idea mejor... ¿tú crees en la magia? — dije bajando el tono de voz y poniéndome misteriosa.
— Sí… — dijo ella acompasándome, apretando sus manitas nerviosa.
— Pues podemos hacer un trato. ¿Qué te parece ser amigas invisibles y tener una señal secreta para llamarnos? Podemos coger el dedo meñique, este —tomé su dedito— y apretarlo para llamarnos la una a la otra. Siempre que una de las dos haga la señal, la otra aparecerá de forma invisible. Solo nosotras podremos vernos, nadie más lo hará ni lo sabrá. ¿Qué te parece?
— ¡Sí! ¡Yo quiero ser tu amiga invisible! — dijo la niña emocionada.
— Trato hecho pues. ¿Y qué te gustaría que hiciéramos cuando nos veamos?
— ¡Jugar con tu perra! Quiero que me lleves a los parques y que nos tiremos por el suelo a jugar con ella. Y que no te enfades si me lleno de pelo o babas. Y desayunar tortitas escuchando música. Y bailar sin zapatillas, descalza, aunque me ensucie mucho los pies. Y pintar en la calle. Y quiero que me cuentes cuentos y yo te haré preguntas, y si no me gusta el final lo cambiaremos para que me guste. Y ver películas de dibujos y una excursión al parque hinchable para saltar en las colchonetas. ¡Y quiero ir a Port Aventura!
— ¡No suena nada mal! Me gusta el plan. ¿Y hay algo que te de miedo del mundo de los mayores? Es para saberlo y protegerte cuando vengas a visitarme.
— Los gritos y las peleas, es lo que más miedo me da. Bueno, y las bofetadas en la boca o en el culo. Eso tampoco me gusta. Ni ver a los mayores llorando.
— ¿No te han contado que las lágrimas son mágicas? ¿Qué sirven para curarlo heridas invisibles?
— No… — dijo un poco confundida.
— Vaya, pues ya te lo cuento yo. La tristeza es igual de importante que estar contenta, es algo que necesitamos tantos los niños como los mayores. Igual que nos limpiamos un corte cuando nos caemos en el parque, también necesitamos limpiar el dolor que no se ve, y para eso están las lágrimas.
— De mí se burlan porque soy muy llorona.
— ¡Pues qué suerte que lo seas! Yo intento serlo también, es otro superpoder. Respecto a los gritos y las peleas, o las bofetadas, te prometo que no voy a dejar que nadie te roce un pelo. Cuando tengas miedo por estas cosas, te aprietas el meñique y yo me encargo. ¿De acuerdo?
— Vale. ¿Y puedo llamarte siempre que quiera?
— Siempre. ¿Y yo a ti? Necesito que me enseñes a jugar de nuevo. A veces soy un poco aburrida.
— No pasa nada. Mira, es muy fácil. Toma. Te lo regalo.
Me ofreció su Polly Pocket extendiendo sus pequeñas manos redondeadas y lo guardé entre las mías con la delicadeza que merecía aquel tesoro. Me despedí de ella reforzando la señal del meñique, para que no se le olvidara, y recogí mis cosas. Me detuve en el salón antes de salir por la puerta y miré a la abuela, que doblaba el babero con cariño. Ya estaba terminado.
— Gracias por cuidarla y cuidarme con tanto amor, yaya.
— Eras una niña especial y te has convertido en una mujer especial.
— Te echo de menos.
— Cuando me necesites, aprieta tu meñique. Estoy contigo.
Una frase
Querían enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla.
Ernesto Cardenal
Una canción
Gracias a Ico Ramos por descubrírnosla.
Un planazo
El parque hinchable más grande del mundo, con 4000 metros cuadrados de colchonetas, ha hecho parada en España. Tu niña está loca por ir.
Un consejo que no me has pedido
Hazle una visita a tu niña.
A esa niña que fuiste. Y que sigues siendo.
Quizá te sorprenda todo lo que tenéis pendiente de hablar y de vivir.
Te está esperando.
Principio.
Ana.
Ay dios que decidí leerte en el tren y las lágrimas se vinieron solas, pero me calme diciéndome pues llorar está bien. Y al mismo tiempo me pregunto porqué estoy llorando y encontré que no tengo ningún recuerdo de mi niña, eso me duele, me duele el alma, las únicas veces que la siento, está llena de miedos, hoy tu visita la hago mia y que la magia haga efecto porque espero poder calmar a esa niña y asegurarle un puesto seguro ❤️💞
Precioso, Ana 🤍.
Hace poco fui capaz de conectar con ella y qué bonito ese momento en el que descubres que siempre será tu mejor amiga y que pase lo que pase os tenéis la una con la otra. Desde ese instante no te vuelves a sentir sola.
Justo estoy en un momento en el que tengo q decidir cosas importantes y leo esto:
“Para mí, lo mejor de ser adulta es poder tomar decisiones. ¿Sabes lo que es una decisión? Es algo que tú eliges”.
Se me había olvidado que es un enorme privilegio. Gracias 🙏🏻