Chupito de Vida #31 — Que se caigan las hojas. Que nos corten las ramas.
Que se vaya quien no nos quiere. Que se queden los que nos ven.
No suelo pasear por mi barrio porque aún no puede llamarse barrio. Es un conjunto de edificios nuevos en el extrarradio. No hay panadería o supermercado, tampoco ruido. Lo malo y lo bueno. Lo bueno y lo malo. El césped que plantaron delante de mi portal ha crecido y la tierra seca que me recibió se ha transformado en un manto esponjoso verde que alegra la vista a cualquiera que quiera mirarlo y esté dispuesto a alegrarse. Hay personas que huyen de la alegría para que no se diluya el drama.
Si te fijas y tienes ganas, te darás cuenta de que estás rodeada de señales que puedes interpretar a tu favor para hacerte la vida más amable y mágica. Aunque mi psicólogo dice que hay que tener cuidado con esto, porque de la interpretación a la neurosis hay una fina línea. Le doy la razón. Creo que estamos rodeadas por finas líneas y que es una proeza vivir sin cruzarlas.
Normalmente voy directa al garaje y conduzco diez minutos hasta llegar al monte, pero hace unos días, bajé la basura después de comer y decidí darme una vuelta a la manzana siguiendo los trucos que plantea Jessie Inchauspé para regular los picos de glucosa. No soy capaz de retener todas las frases célebres que me gustaría o los fragmentos más importantes de todos los libros que he leído, sin embargo, algunas ideas se quedan plantadas cual semillas dentro de mí, aunque no sea el tema que más me interese, y se mantienen a lo largo de meses o años. Algunas brotan y se quedan ahí para siempre. Otras desaparecen, aunque me joda profundamente.
El silencio habitual de la zona estaba alterado por el ruido de camiones de obras y una motosierra. Me llama la atención darme cuenta de lo fácil que es perturbar mi paz. Cada vez menos resistente al estrés ambiental. Bueno, al estrés en general. Al girar me encontré con un panorama desolador. La calle entera se extendía a lo largo y ancho delante de mí, con las aceras llenas de ramas recién taladas. No recordaba haber visto algo así porque: 1) no tengo mucha memoria, 2) hasta hace no mucho un árbol me despertaba la misma curiosidad que una farola, 3) los últimos cuatro años he vivido entre palmeras.
Sin la vergüenza que he perdido con los años, me quedé quieta delante de los jardineros, mirando las ramas caídas. En la misma escena se mezclaba la pérdida con lo natural y correcto. A mi compañera perruna le pareció el cielo de los palos de madera. Qué curioso el paso del tiempo y su velocidad. Odio confirmar el dicho de que cuanto más mayor te haces, más rápido pasa. En un abrir y cerrar de ojos, el césped nuevo y los árboles pelados. Y yo en Babia.
Recuerdo haberlos visto frondosos a mi llegada, con las hojas amarillas. Semanas más tarde lucían marrones y muchas de ellas cubrían el cemento. Yo les daba patadas al pasar para levantarlas. No hablo de mi infancia. Hace mes y medio. Treinta y seis años que a veces parecen doce. Ahora solo queda el tronco. Y desde mi antropocentrismo se me ocurrió, no ponerme en el lugar del árbol, sino poner al árbol en mi lugar, mirarlo a través de mi condición humana y sentir tristeza por una pérdida que, en el fondo, solo refleja el miedo a la propia. Volví a casa mirándolos fijamente, poniendo atención e intención para retener la fotografía mental y reforzar mi confianza en la vida cuando el invierno dé paso a la primavera.
Al día siguiente, mandé un email a las personas que aún no están dentro de la suscripción privada, avisando de que el precio especial de lanzamiento iba a terminar. En cuestión de horas se dieron de baja más de trescientas. Al día siguiente, mandé otro. Se fueron otras doscientas.
Mi emoción automática fue el miedo. Inevitable la alerta porque mi sistema de supervivencia vela por mí, y más me vale que así sea. Aunque el cambio esté decidido desde la coherencia más profunda y no haya atisbo de duda, ver con tus propios ojos la aparente pérdida que supone la renuncia no te deja indiferente. Mandé un mensaje a mi amiga y compañera Pat Carrasco. Su respuesta fue concisa y tan serena como salvaje.
Vender, al igual que vivir, es un proceso de pérdida constante. Esto que está pasando es maravilloso y necesario. Solo así podemos dedicarnos a quien nos quiere de verdad.
Es en estos momentos cuando tener un entorno seguro capaz de sostenernos es crucial. También es importante saber con quién puedes compartir tus miedos. No todo el mundo está preparado para ello. Si en un momento de vulnerabilidad como este hubiera llamado a alguien que no entiende del tema o cuya mirada es catastrofista o insegura, puede que estuviera dudando de mi decisión. Y lo digo porque lo sé, porque lo he experimentado. El entorno es determinante. Es preferible coserte la boca a abrirla con quien no toca.
Me fui al bosque y dejé que su velocidad de reparación hiciera efecto. Cuarenta minutos entre hayas y álamos en silencio, dos carreras con la perra y como nueva. Además del entorno que sostenga, necesitamos tener un botiquín de estrategias para la regulación emocional, para volver a nuestro centro. Aquí no vale la excusa de que no lo encuentro. Se construye con autoconocimiento, atención e intención. Trabajo personal. Hacia dentro.
Al volver a casa, me senté en la terraza a mirar las montañas nevadas con un café ardiendo, el pecho despejado y la media sonrisa que me sale en secreto cuando tengo la certeza de que las cosas están en su sitio.
Para el trabajo. Para las relaciones. Para la vida.
Que se caigan las hojas.
Que nos corten las ramas.
Que nos llegue el invierno.
Que se pierda lo que no es.
Que se vaya quien no nos quiere.
Que se queden los que nos ven.
Principio.
Ana.
Postdata: Ayer nos juntamos en nuestro último chat de enero en la suscripción salvaje y la pregunta fue la siguiente:
¿Qué harías si te quedara una semana de vida?
Me fascinaría llenar cinco Chupitos con las respuestas, porque son dignas de leer, pero como no es viable, voy a compartir una muy salvaje.
Hace poco hice testamento ya que pasé por un problema del corazón, el cual me llevó a pensar que me quedaba poco de vida. Llegué a despedirme de mi círculo e intenté no dejar cuentas pendientes.
Dije todo lo que nunca me atrevo a decir, más te quiero y gracias que nunca, mandé mucho amor a los que ya no podía ver e hice una lista de todo lo que había hecho, viajado, amado y conseguido en la vida.
Y me sentí en paz. Sentí que si era el momento de irme, podía hacerlo en paz.
Desde entonces veo la muerte con otros ojos, sin miedo, sin angustia. Vivo mucho más presente cada día. Y me pongo retos semanales como hacer algo que me da miedo, lanzar un cumplido o hacer sonreír a un desconocido. Las cosas materiales también han perdido mucho valor para mí.
Estoy centrada en las experiencias y emociones.
Casi nada.
Preparadas para febrero.
Arrancamos con Amor de mentira y relaciones tóxicas.
Si te quieres unir, te aseguro que el mambo está dentro.
Querida, tienes aquí un par de perlitas, que me voy a subrayas y poner en post-it’s, como mejor callarse que contarlo a la persona equivocada... Esto hay que tenerlo presente cada día!
No quiero ser la chunga que no sienta pena por el corte de las ramas, pero... se me antoja súper necesario una poda de vez en cuanto. Para coger fuerzas, para seguir creciendo vigorosas. Los árboles y nosotras 😃
Y súper fan de tener un botiquín de rescate para cuando las cosas se ponen color hormiga. En mi caso ese botiquín tiene las canciones de John, la playa de MiNorte, y un taper de salmorejo, son huevo y jamón, por supuesto.
Tod@s deberíamos tener cristalino de que se compone nuestro rescate.
Estoy deseando desgranar este febrero, salvajemente 🌟🌟🌟
Qué curioso Ana. Las ramas han simbolizado tu pérdida de suscriptoras. La finalidad de la poda es tener árboles fuertes, sanos y atractivos. Tu pérdida ha sido natural y orgánica, pero el fin es el mismo. Y está alineado con la definición de esta comunidad: efecto vida. Quizás ahora no sea el momento para muchas. Cada cosa tiene su momento y lugar. Pero para las que estamos lo es. Somos y estamos. Con atención e intención. Y de ahí surge la fuerza para tirar hacia arriba. Como en tus meditaciones: enraizadas y unidas. Un abrazo.